Una persona humilde que no llegué a conocerla como debía me dijo una vez algo que me quedó marcado y me sirvió como enseñanza para toda la vida: “En la vida cada uno de nosotros tiene tan sólo dos caminos para elegir. El del bien y el del mal”, aseguró.
“El camino del bien es angosto, dificultoso, poco remunerable financieramente y pesado; pero es digno y a la vez gratificante, porque es un trayecto de vida honesto y sincero”, me dijo.
Luego agregó: “El camino del bien es compuesto por personas comunes que tienen una filosofía de vida semejante al ejemplo de Jesús y proyectan sus sueños dentro de lo moderado. Sienten, vibran, lloran, se alegran, se entristecen, fracasan y triunfan. Es decir, son libres y viven cada uno a su manera las vicisitudes que les depara la vida”.
Por otro lado, “el camino del mal es accesible, fácil y placentero; además de mundano, lucrativo, lujoso y ostentoso”, sentenció.
En ese sentido, no incluyó en el mismo grupo del mal a las personas de buen corazón que incursionaron en política con buena voluntad, pero que conforme pasa el tiempo se dan cuenta que la política es un sistema perverso y por eso desisten de continuar.
Sí me citó como un claro ejemplo del camino del mal al ciudadano que continúa dentro del sistema político aún sabiendo de su contaminación, “que no es más que el arte de la mentira compuesto por idólatras del dinero y con ambición de poder”, afirmó. Y agregó que “los del mal posiblemente disfruten de confort y buena vida, pero no viven porque son esclavos del sistema”.
Le pregunté ¿ qué significa vivir? “Vivir es conocer la verdad y la verdad nos hará libres, como dice Jesús”.
Le pregunté ¿ qué es conocer la verdad? “Formar parte del camino del bien”.
Le pregunté ¿ qué es ser libre? “Tener desprendimientos materiales”.