Así como ocurrió con muchas personas que viven en otros países y tienen familiares en Argentina, el covid-19 en esta ocasión me impidió visitarle a mi madre para las fiestas de fin de año, ya que la Argentina está bajo restricciones severas, no solo internas, sino también fronterizas. Y como mi esposa y yo vivimos en Brasília, no tuvimos chances de ir esta vez a Misiones, ya que está restringido el paso fronterizo.
Es cierto que el covid-19 ataca a las personas de diversas formas y a cada una de una manera diferente. Algunas físicamente; otras, emocionalmente.
Mi mujer es médica y como cualquier profesional de la salud estuvo expuesta a contraer el virus y lo contrajo, pero se recuperó rápidamente, porque fue leve. Consecuentemente, ahora ella tiene anticuerpos (inmunidad al coronavirus).
Excepto ese pequeño período, en el cual ella estuvo de reposo en casa para convalecer de la enfermedad, mi pareja siempre trabajó presencialmente durante esta pandemia usando las máscaras y respetando los protocolos sanitarios. ¡Así debería ser!
No se soportan más las restricciones severas, pues diversos sectores fueron perjudicados por estas medidas arbitrarias.
Es cierto que en todos los lugares imperan extremistas que subestiman al covid-19 o alarmistas que amplifican el caos. ¡Nada de eso es bueno!
Es necesario que las personas que no estén en el grupo de riesgo circulen libremente. Que haya un equilibrio, en que no se condene a millones de personas al desempleo y a la pobreza, pero tampoco a la innecesaria exposición al covid-19. Es necesario encontrar un término medio, en el cual los que tengan comorbilidades permanezcan en sus casas, pero los que no tengan comorbilidades puedan salir a trabajar sin restricciones y circulen libremente, para que la economía continúe en movimiento.